Del telegrama a la comunicación

Decíamos ayer… En mi anterior publicación, si recuerdan, abordé, tan objetiva y crudamente como fui capaz, la situación de la comprensión lectora de quienes cursan sus estudios en nuestro sistema educativo (de todos los niveles) y de las consecuencias que preveía ante tan preocupante situación degenerativa. Un resumen conciso de lo que expuse sería que gran parte del alumnado no comprende realmente los textos con los que trabaja. Y si es así, parece fácil deducir que nos viene otro problema consecuencia de ello: la deficiente capacidad expresiva: oral y escrita. Circunstancia a la que voy a intentar aproximarme en esta reflexión.

Tras la publicación de aquel artículo, me llegaron muchos mensajes con comentarios que apoyaban mi argumento y ahondaban en la realidad desde diversos puntos de vista. Si les parece, voy a citar dos de ellos de docentes de la universidad que resumen una evidencia pasmosa: 1. «No son pocos los alumnos que no saben redactar en los exámenes escritos. Me encuentro con verdaderos telegramas inconexos que no trasmiten idea alguna». 2. » Estudiantes de doctorado escriben sus tesis con faltas de ortografía y sus textos no tienen coherencia alguna. No entienden lo que leen».

Podría continuar con múltiples ejemplos, pero creo que estos son suficientemente significativos. ¿Qué les parece? Pues evidencian lo que afirmaba antes: que es difícil expresarse tanto oralmente como por escrito sobre lo que no se entiende ni se comprende, de ahí esos telegramas indescifrables y esa incoherencia en la exposición. Es evidente que esto sucede porque la comprensión y la expresión no son prioridades del sistema. Y si esto ocurre en la escuela (para mí la palabra más bonita para llamar al sistema educativo en su conjunto), qué ocurrirá en el mundo laboral cuando se deba redactar un informe, exponer unas ideas o incluso tratar de emocionar a otras personas sobre su propuesta.

¿También esto nos lo solucionará internet? (argumento recurrente para justificar que no tenemos que asimilar demasiados conocimientos porque todo está en la red) ¿O quizás la inteligencia artificial, que comprenderá y se expresará en nuestro lugar?

Quien me conoce sabe que no soy catastrofista en absoluto, muy al contrario, un optimista y un apasionado de la educación: eso sí, bien planificada, con objetivos claros y pensada para el alumnado. Pero que seamos incapaces de articular un discurso verbal o escrito, medianamente coherente y cohesionado, es consecuencia de muchos planteamientos equívocos: de una deficiente metodología de aprendizaje, de una desidia por aprender, de un hábito prácticamente inexistente de leer (ya no sólo libros y periódicos, sino hasta cómics). Y si a esto sumamos que en nuestro sistema educativo los comentarios de texto cada día tienen menos valor, que los exámenes tipo test se están imponiendo, que la filosofía se convierte en «maría», la tableta en salvación y el wasap abreviado en la principal vía de comunicación universal, terminaremos por responder a las preguntas en los exámenes de EvAU con simpáticos emoticonos.

Hablemos poco, no sea que nos perdamos lo que está pasando en la red, leamos menos porque es una pérdida de tiempo, empollemos sin subrayar ni jerarquizar conceptos y sin sintetizar nada (qué absurdo, si mi memoria es prodigiosa- hasta que el propio sistema determine que la memorización también es cosa de la «antigua» educación-).

Y tengamos en cuenta que esas apreciaciones del profesorado universitario que he citado al comienzo son respecto de quienes cursaron Eso y Bachillerato cuando todavía determinadas metodologías se tenía algo en cuenta. Esperen a adentrarnos 5 años si esto sigue así…

¿Y qué hacemos? Pues aplicar el sentido común: si no comprendemos lo que leemos, no sabemos expresar lo que queremos y sentimos, escribimos sin atender a código alguno, somos incapaces de elaborar un guion de una exposición, de descubrir la organización de un texto y aplicarla cuando debemos redactar nosotros… deberemos trabajar estas estrategias y dejarnos de marear el BOE sin saber exactamente qué está pasando en nuestras aulas.

Entonces, ¿pasamos de una vez de juntar palabras a expresarnos bien?

¡Pero ya!

 

Miguel Ángel Heredia García

Presidente de Fundación Piquer